Vivimos en un país donde no ha sido fácil hablar sobre la violencia. Como un plato que se rompe al caer, esta ha fragmentado miles de vidas que muchas veces preferimos no mirar.
Pero quienes no queremos acostumbrarnos al olvido ni a la indiferencia, sabemos que mirar lo roto es también una forma de cuidado. Recoger los pedazos y sostenerlos es reconocer que hay vidas que merecen ser escuchadas, aun cuando no podamos comprenderlas del todo.
Como en el kintsugi —el arte de reparar con oro lo que se ha roto— no se trata de esconder las cicatrices, sino de dignificarlas. Leer estos testimonios con cuidado es también una forma de trazar esas líneas de reparación con el valor que merecen.
Hemos dispuesto esta mesa para acompañarnos en la lectura de los testimonios. En ella encontrarás platos rotos, cuidadosamente reparados, como esas vidas que se resisten al olvido. Cada uno trae conversaciones para acercarnos a quien confió su historia al país. No venimos a interpretar ni a explicar, sino a sostener juntxs lo que duele, sin soltar la escucha.
Porque acompañarnos en la lectura de estos relatos abre la posibilidad de reconstruir juntxs un mundo más justo y digno. No para hablar por quienes los vivieron, sino para sentarnos junto a lo que nombran. Esta mesa es una invitación a sostener lo que duele sin convertirlo en espectáculo, a acompañar sin invadir, y a conmovernos sin buscar respuestas definitivas.